domingo, 31 de mayo de 2009

.07. Ronda 1





Bueno, ¿ya estuvo suave, no? Mucha risa, mucha risa... Digo, ya sé que no es normal que se vean cebras en las calles, y menos en este país en el que hasta por las rayas te para la tira, pero cualquiera puede alucinar cosas en este maldito horno.

Pero te sigues burlando, Patán, con esa risa ronca y caricaturesca que me cae en la punta del hígado. O quizás ya me estoy imaginando estos ruidos raros que jamás habría esperado de ti. Tomando en cuenta de que llevamos un par de días de caminar bajo un sol atizante sin comer nada más que los piojos que seguramente se nos pegaron en Mexicali, no me puedes culpar de imaginarte de compinche de Pierre Nodoyuna.

Oye, ¿y sí seguimos en México? Pa’ mí que ya nos pasamos a otro terruño de caras pálidas. Todo es harto raro. Hasta las ampollas que traigo en las plantas de los pies sienten estas anchas banquetas como seda. ¿Y ya viste? Puro güero que parece andar hablando de los Polivoces porque sólo les entiendo puro güachangüer, güachangüer...

No, Dogo, yo creo que mejor nos pelamos a otro lado. ¿Qué vinimos a hacer aquí, de todas formas? ¿Dogo? ¿Dogo? Ay, nomás se descuida uno un momento y éste aprovecha para andar de pata de perro sin avisarme. Pinche perro malagradecido, todavía que le quito las garrapatas.

Pero no tengo de otra, tengo que dar con él. Si no encuentro a-- no, Dogo no me late tampoco para él. Solovino, sí.—Decía que si no encuentro a Solovino, ¿quién lo va a cuidar? ¿quién le va a encontrar cuanta perra se le antoje para saciar su sed animal? ¿quién le va a ayudar a buscar una novia más seria que le suture las heridas con una delicada lamida?

Vaya, vaya... y que me siento en el agujero del conejo blanco. Aquí da uno la vuelta en una calle y sin querer se pierde hasta entrar en la mismita boca del infierno. Identifico el mismo olor de tantas visitas que llevo a las entrañas del diablo, ¿o llevaba yo al chamuco metido hasta el tuétano? Bah, para la diferencia que hace. De cualquier forma huele a orín y porquería. A sexo dispuesto y listo. A borracho. A locura. A... a... aaaaaah, esa es de la buena, me cae. No, de veras, ¿dónde ando que me hace sentir entre el inframundo y el paraíso?

- Psst, ¿se te perdió algo, compa?- me pregunta agresivo un muchacho en este boulevard de los pobres diablos.

Me gustaría decirle que sí, que busco al méndigo Solovino que se perdió en este laberinto urbano. Pero desisto. Mejor me evito la molestia de andar dando explicaciones donde no hay necesidad de darlas.

Y hablando de darlas...

Estoy por darme la media vuelta convencido de que aquí no está mi hermano perruno, cuando me doy cuenta de que por lo menos media decena de mujeres-- con ropa muy escotada, jugosos bustos, buena pierna y provocativos tacones-- se paran curiosas (¿o temerosas?) detrás del chavito de los tanates grandes.

- Éste ha de ser pariente de la Maguana porque se ve medio ido, el wey.
- Pues háblenle, capaz que por éste se regresa al jale.
- Ay, ya mándenlo a la chingada. Ya me espantó a un gringo.

La verdad que ni mucho caso hago a sus comentarios. Bastante me entretengo viendo los dotes frente a mí como buen niño en dulcería. Pero en eso un puño me manda directito al piso.

- Ya, sácate de aquí, pinchi vato, si no quieres que te caiga a putazos.

Al tipo ni lo veo de lo aturdido que me dejó el golpe. ¿Y ‘ora qué les hice? ¿Ya ves, Solovino? Nomás te me vas y te llevas contigo la poca suerte que me quedaba.

Lo que sí es que no sé ni en qué momento entre dos gorilas me aventaron a un lote baldío porque de pronto acabé rodeado de un buen de basura, llantas, hierbas y arbolitos de navidad muertos.

Así es la gente. Ahora resulta que si les estorbas se deshacen de ti a como dé lugar. Lo gacho es que les estorbes sin hacerles nada en una calle libre y pública. ¿O qué no lo era? Faltaría nomás que hasta por el aire y el tiempo cobraran impuestos.

Por eso extraño a Solovino, aunque no me va a escuchar admitirlo. Luego se pone de arrogante y se da sus aires de divo. Bueno, la verdad no. Así no es él. Siempre me aguantó y acompañó cuando más lo necesitaba y cuando menos me convenía andar solo, sobre todo con mis penas y desamores. Era noble, sí, muy chido. Bueno, no era. ES. Porque te voy a encontrar, ¿verdad carnalito?

Como si me respondiera, escucho un par de ladridos y gruñidos no muy lejos. Y cómo no voy a reconocer esos gruñidos si el pobre tiene días sin nada bueno pa’ tragar.

Pinche Solovino, me tenías angustiado, le digo sin ninguna intención de regañarlo cuando lo veo jalando una bolsa rota con algunas piezas buenas de pollo.

Sí, vaya que es chido mi amigo canito. Ya encontró hasta comida para los dos.

Pero mi sorpresa llegó un segundo después en forma canina. Otra forma canina que no reconozco. Mi cuate, en cambio, empieza a menearle la cola muy entusiasmado y de pronto los dos se ponen a pelear de manera juguetona. Como dos buenos cuates o dos extraños que se coquetean entre el vuelo loco de las hormonas.

Pero luego siguen con el botín. El par de canes le entran vorazmente a la pila de huesos, pellejo y pollo. Se devoran de un bocado todo sin dejar ni un mísero trozo por el cual rogarles. Incluso lamen la bolsa para terminarse hasta los vestigios de la grasa. Y mi compadre se ve re-contento.

¿Ya te encontraste una noviecita, eeeh, picarón?

Pero ni me pela. Bueno, sí me pela, pero sólo lo suficiente para venir a lamer un pedazo de carne vieja que se me había pegado en el pie, como si no se hubiera saciado lo suficiente con el banquete que se acaba de tragar. Y entonces su acompañante viene a intentar a hacer lo mismo.

-¡Sácate, tú!

La perra chilla y se mueve para atrás con la cola entre las patas cuando la espanto. Solovino me gruñe como si fuera con él el problema, pero la verdad es que no me late esta noviecita para él.

No, creo que más bien no me late que me haya ilusionado con la comida. Con eso ni se juega.

La neta no te puedo reclamar nada, le digo al chuchito que me ha seguido con tanta paciencia.

¿Encontraste aquí lo que buscabas?

Solovino mueve el rabo y se queda viendo como a la espera de algo, con esos ojos tan grandes y negros que por sí solos intimidaban a cualquier gato baboso.

Volteo ver a los pieseses desnudos y mugrosos que me han llevado a tantos rumbos solo, acompañado, torcido, cansado y de mil maneras que ni podré recordar por entero. El pedazo de carne pegado, junto con un tomate podrido y otra cosa que no recuerdo haber visto antes, se me empieza antojar. Pero no, prefiero dárselo a mi fiel perro anónimo que ni siquiera pude terminar de bautizar.

Un regalito de despedida.

Me levanto para largarme, les doy la espalda y evito verlos para que no me hagan caso, para que no me acompañen. Y ni me sigue. De hecho, ya ni siquiera está cuando volteo. Mejor así, ya que se haga hombrecito y se valga por sí mismo... Solovino, Solovino… ni tan solo, pero sólo se fue.

Bueno, ¿y ahora a dónde fregados me tengo que mover para salir de esta ciudad tan fea? Hace rato vi a un cuate bien dormido entre unas cobijas sucias... capaz que sabe algo...

1 comentarios:

Ocelotl Galván dijo...

Como todas las despedidas, tiene un sabor agridulce, bien logrado, por cierto. Como te había comentado, me gustó el ritmo de la narración.

También yo voy a extrañar al canitow.